Un segundo de ingravidez
Es curioso como la vida ofrece inacabables recursos literarios para hacernos creer que en el fondo nuestra existencia es mucho más poética de lo que una fiera a punto de devorarnos pudiera pensar. Tal vez todo sea aleatorio, no exista ninguna ley de causalidad suprema ni una justicia divina que de sentido a expresiones como "la historia nos debe una". Pero está en nuestra mano decorar espacios vacíos.
A pasó la noche con los amigos, en espera del España - Italia que comenzaría en pocos minutos. La suerte nos había sido esquiva durante décadas. España venía con la confianza del que siempre pierde pero ha decidido comenzar a ganar. Y a la vez con la desconfianza del que merece ganar pero acostumbra a ver el éxito del rival a través del llanto del perdedor.
Todo se movió siguiendo el habitual guión: España jugando como nunca e Italia esperando su recurrente golpe de suerte. Tras un partido intenso y lleno de expectativas se llegó a la prórroga, a la lamentable actuación arbitral que hacía recordar viejos fantasmas y al victimismo del que sabe que su bando sigue siendo el que aparece en el retrovisor del rival; Di Natale paró un contraataque de un modo burdo y rastrero, fingiendo una lesión y tirándose al campo para que el árbitro parara el juego. La rabia se disparó; parece que la suerte ayuda a los canallas.
Comenzó la tanda de penaltys y A pensó en la cantidad de corazones que estarían al borde de la dimisión. Héroes de nueva forja como Villa, Senna o Cazorla demostraron que su acero era más consistente que el de sus antepasados, y la figura del portero Casillas con una parada hizo soñar con que algo podía cambiar. Entonces España falló y aparecieron las dudas; estaba en las botas del tramposo Di Natale equilibrar la balanza.
Pero entonces algo cambió. A observó en las imágenes de televisión el rostro de Iker Casillas, portero de la selección, al contemplar cómo su compañero fallaba el lanzamiento. El rostro del que acepta la adversidad y confía en sus virtudes para terminar de seducir a la suerte. Di Natale pateó el penalty, Iker se lanzó. Un segundo de ingravidez.
Millones de personas saltaron, imitando la estirada del cancerbero, abrazándose a sus allegados, y por un segundo éste fue el país más feliz del mundo. Si es cierto eso de que la energía ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma, en algo debió invertirse esa expresión de júbilo. Nunca un salto, un segundo en el aire y una mano tocando un balón significaron tanto.
A quedó pensando lo insignificante del acto que separa la gloria del fracaso, lo bueno de lo malo, la risa del llanto, y tal vez el amor del odio.
Terminó las cervezas y un par de chupitos de celebración y se dirigió a su casa. Encendió el ordenador y tras muchos años comenzó a escribir un e-mail a B:
"Tengo que decirte que ya no te quiero, aunque tal vez siempre te he querido y quizá nunca vuelva a querer a nadie tanto como a tí. Aunque tal vez me duela tanto que no me doy cuenta y ya no me importa. Lamento si te hice daño, no lamento el que tú me hiciste. Tú buscabas el suelo. Yo tan sólo necesitaba un segundo de ingravidez".
A apagó el ordenador confiando en que la historia le debía una.